Por
esa “lógica” suicida que impera en la vida pública española, se da la paradoja
de que concentramos las ediciones en español donde el español está prohibido.
Quien de una ojeada a lo que se enseña a los niños en las escuelas catalanas,
comprenderá las declaraciones del c ónsul español en Perpiñán (catalán, por
cierto), que se queja de la educación deformante y limitadora que reciben sus
hijos. Es repugnante que a los niños se les diga que Cataluña fue el mayor
imperio de la historia, que Colón salió de un pueblo de Cataluña, que el etimo
de América es catalán y muchísimas barbaridades de ese estilo. De que
Tarragona fue capital de la mayor parte de España hace ya dos mil años ni de
que hubo una Guerra de Sucesión no cuentan nada.
Uno
de los más perniciosos problemas que acarrean las mentiras impuestas por la
generalitat y la no enseñanza del español es la de los editores. En cada
editorial hay un profesional, que llaman “editor”, que se encarga de “revisar”
los originales. Hace al menos diez años que esos “editores” cometen
barbaridades increíbles, emborronando los originales límpidos que se les da a revisar
cambiando verbos correctos por verbos erróneos usados popularmente en Barcelona
o llenando los textos de adjetivos inútiles y de tantas preposiciones, que
convierten muchas frases en pleonasmos.
Se supone que para estos cargos las editoriales contratan a “filólogos”, pero
son filólogos que han estudiado el español como un alemán o a un ruso, sin
usarlo habitualmente. No se puede dominar literariamente una lengua si no se la
conoce a fondo con el uso.
Lo
más llamativo son las traducciones. No se sabe si lo harán los traductores o
los citados “editores”, pero es muy frecuente que al traducir novelas
históricas extranjeras, si en el original se cita “Reino de Aragón, lo
sustituyen por “Cataluña”. Nadie encontrará en la verdadera historia alusiones
políticas a Cataluña, sino al Reino de Aragón y, en todo caso, al Condado de
Barcelona. Nadie avisa a los autores de tal tergiversación, de modo que las
editoriales falsarias (casi todas las de Barcelona, que son la mayoría en
España) tratan de convencernos a todos los hispanohablantes (55 millones) de que Cataluña era un estado
en la Edad Media.
ES
URGENTE QUE BARCELONA DEJE DE SER LA MECA DE LAS EDICIONES EN ESPAÑOL
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