Quien necesite investigar la historia malagueña del siglo pasado, se topará con una de las transformaciones más desconcertantes e increíbles de la historia reciente europea, ocurrida en poquísimos años: LA PERSONALIDAD DE LOS MALAGUEÑOS.
Durante
los años treinta, década que comenzó con la terrible y suicida quema de nuestro
patrimonio artístico y documental, los malagueños fuimos muy renombrados por
nuestra liberalidad en el más amplio sentido: Éramos generosos y entusiastas de
la libertad y, sobre todo, éramos una de las ciudades más tolerantes del mundo.
La tolerancia malagueña hizo posible el surgimiento de la principal generación
poética española del siglo XX. Los meses que Málaga permaneció sin someterse al
alzamiento, ocurrieron aquí muchas barbaridades y sangrientas tragedias, pero
también dimos prueba de generosidad y solidaridad sin límites, y fuimos
indómitos hasta el heroísmo. Durante los años treinta, Málaga fue un vivero de
ideas y de caridad: Voluntaria y gratuitamente, funcionaron talleres y hasta
fábricas para surtir los frentes de las cinco provincias linderas incluyendo el
de Madrid. Se fabricó artesanalmente de todo, desde mantas hasta armas, ya que
el gobierno de Largo Caballero no las negó. La ciudad era un prodigio de
creatividad y dinamismo.
Pero inmediatamente después de la llegada de los italianos que tomaron la ciudad en nombre de Franco, se produjo una de las peores inquisiciones habidas en Europa en la edad moderna. El tristemente famoso Carnicerito de Málaga mandaba fusilar a millares de personas todas las semanas, con frecuencia sin ni siquiera un simulacro de juicio. Se dio un caso paradigmático: Dos hermanas, cuyo padre había sido asesinado durante la república, se dedicaron durante años a señalar a todo el que les caía mal, los cuales eran inmediatamente condenados a muerte. Fusilaron a tanta gente y se implantó el miedo a tal nivel, que hubo personas escondidas emparedadas que han pasado hasta treinta años “desaparecidas” ocultas (enterradas vivas) en sus propias casas.
Como no podía ser de otro modo, la gravísima represión de los años cuarenta produjo un cambio tremendo de los malagueños. Nos volvimos asustadizos, sometidos, prejuiciosos, desconfiados, intolerantes y cercenamos nuestras propias capacidades creativas. De manera que ahora no discutimos nada y nos lo creemos todo. Desde que se implantó la junta enemiga, nos humillamos sin discutir y aceptamos llamar “metro” a un tranvía o consentimos que se nos discrimine gravemente en unos presupuestos que financiamos nosotros en su mayor parte. Somos los peor dotados en hospitales, universidad, infraestructuras en general, enseñanza y obras sociales, pero estamos tan acobardados por el sufrimiento de los años cuarenta, que ni siquiera nos quejamos. Y para colmo de males, dejamos de ser creativos y dinámicos.
Pobre Málaga.
¿Málaga se mueve?
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