El descubridor del yacimiento arqueológico recopila en un libro medio siglo de investigaciones sobre este enclave de la Edad del Hierro.
MARÍA DOLORES TORTOSA| MÁLAGA | Diario Sur.es
Finales de los 50. Juan Manuel Muñoz Gambero era un muchacho de 17 años entusiasmado por la arqueología hasta tal punto que organizó junto con unos amigos un grupo arqueológico y espeleológico tan de moda en aquellos tiempos. Un lugar llamó su atención tras oír a los vecinos que en sus cuevas había huesos de dinosaurios. Era el Cerro Coronado, situado en el Camino de Antequera, entonces en un entorno despoblado. El 20 de diciembre de 1959 Juan Manuel Muñoz se echa al monte. No encontró ningún hueso de dinosaurio, pero sí «un campo minado de cerámica» con el que llena los bolsillos. Acababa de descubrir un yacimiento de la Edad del Hierro que más tarde identificaría como íbero.
Medio siglo después Muñoz Gambero recopila en un libro todo lo investigado hasta ahora por él mismo y otros autores sobre este enclave en el que el arqueólogo ve los restos de un templo-necrópolis púnico-íbero. Una conclusión lejana en aquellos días en los que en la ferretería de Juan Temboury (uno de los mayores estudiosos de la época de todo lo relacionado con la historia de Málaga) comenzaron las especulaciones sobre la cerámica y un trozo de hacha de jaspe negro, los primeros hallazgos.
Como dice el prologuista del libro 'El Cerro de la Tortuga. El templo y la necrópolis íbero púnica de Málaga', el investigador francés Pierre Moret, la trayectoria del yacimiento se confunde con la del autor. Muñoz, que realizó estudios en La Sorbona de París, cursó Historia Antigua en la Universidad de Málaga y trabajó tres años en una misión arqueológica española en Egipto, ha dedicado la mayor parte de su vida a la investigación y el estudio del yacimiento del Cerro de la Tortuga -nombre que le pusieron por su parecido con un quelonio y para distinguirlo del cerro Coronado de Martiricos- desde que participara en sus primeras excavaciones en los años sesenta.
Para el arqueólogo este libro tiene el doble sentido de poner en conocimiento de la comunidad científica sus trabajos de investigación sobre los restos arqueológicos y también una llamada de atención a las instituciones para que salven del expolio y del olvido al Cerro de la Tortuga. «No hay en toda Málaga un enclave de estas características y es una pena que no se le preste atención», asegura. El yacimiento está protegido, pero no es Bien de Interés Cultural y dejó de excavarse hace años. En el libro, Muñoz relata haber conocido por oídas de importantes piezas localizadas por expoliadores y desaparecidas.
Promontorio sagrado
Aunque hay divergencias en la comunidad científica sobre la adscripción cultural y arquitectónica de los restos del Cerro de la Tortuga, Muñoz Gambero apuesta claramente por un templo y una necrópolis que él calcula con más de cien tumbas repartidas por todo el cerro, la mayoría sin excavar. Fecha el yacimiento sobre cinco siglos antes de Cristo, tres después de la civilización fenicia, y la considera adscrita a una cultura con rasgos púnicos (cartagineses) e íberos. Cree que en los estratos aún sin excavar hay vestigios fenicios como los del vecino Cerro del Villar, con el que Muñoz también relaciona el enclave de la Tortuga. El autor imagina que el cerro, desde el que se divisa la bahía y la Hoya de Málaga, fue un «promontorio sagrado» para todos los visitantes que arribaban a las costas de la antigua Malaka.
Desde su descubrimiento, el lugar ha sido fuente abrumadora de restos arqueológicos, sobre todo de cerámica. También han sido halladas piezas de hierro, de bronce y esculturas de barro, varias de ellas con forma de mujer embarazada, figuras relacionadas con la fertilidad. La mayoría pertenecen a la sección arqueológica del Museo de Málaga, como se sabe guardado en almacenes hasta su ubicación en el palacio de la Aduana.
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