Los metrosexuales han sido destronados. En la travesía de la masculinidad iniciada hace décadas por millones de hombres, se impone ahora el modelo megasexual, ese hombre varonil que, además, es capaz de entregarse sin escatimar ningún tipo de ternura y sensibilidad
Machotes, metrosexuales, cibersexuales, ubersexuales. Hombres femeninos, dandis y de pelo en pecho. Caballeros, compañeros, chicos malos. Rebeldes, conservadores, con corbata o desgreñados. Depilados o hermosos como osos. Musculados, peterpanes, viriles. Dominadores, poderosos, sensibles, solidarios, amigos, padres, amantes… Hombres en busca de su identidad desde hace unas décadas, redescubriéndose para adaptarse a una sociedad que cambia, repensándose para satisfacer sus demandas. O reinventándose por puro hartazgo, porque ya no quieren ser superhéroes, porque su eterno papel de cazadores infatigables les pesa como una losa, porque han descubierto los beneficios del co-: cooperar, coeducar, convivir, corresponder, colaborar, cocinar, coincidir, concordar, confiar.
Debido a una evolución natural, a causa de las exigencias femeninas o por el cansancio acumulado de siglos y siglos en su papel de sexo fuerte, los hombres quieren, necesitan, encontrar su nuevo lugar en el mundo. Las mujeres llevan recorriendo ese camino siglos y todavía levantan ampollas temas como la maternidad o las diferencias salariales. Los hombres acaban de empezar. Novatos en estas lides, tienen un vasto camino por delante. Y mientras lo recorren, llueven del cielo modelos, opuestos o complementarios, las más de las veces mediáticos, que acaban por generarles una cierta confusión.
“Estamos en una época de crisis y de cambio de la identidad masculina que dura ya varios años. En España llevamos unas dos décadas de estudios sobre la masculinidad. Este es un tiempo de cambios y es normal que haya una cierta confusión, pero viene generada por la falta de alternativas. Todos los modelos que se suceden tienen que ver con la dificultad de encontrar otras formas de ser hombre diferentes de las tradicionales”, reflexiona Erick Pescador Albiach, sociólogo, sexólogo y especialista en masculinidad y prevención de violencia machista. Y añade: “En la sociedad, en la calle, se ve la necesidad de plantear hombres que estén en contra de la violencia, que muestren otras formas diferentes de relacionarse en la casa, de hacer las tareas, de la crianza, de relacionarse afectivamente. Todo eso es una necesidad social realmente.
Más que confusión, estamos en un momento de crisis y cambio, pero eso no es necesariamente malo”.
El hombretón aguerrido, extremadamente competitivo, fiero, dominante, que desprecia las emociones e inexpresivo, ha pasado a la historia. El machismo ya no le sale a cuenta a nadie, ni a hombres ni a mujeres. “El machismo es una psicopatología dentro de los entornos de comportamientos extremos”, expone José María Prieto, catedrático de Psicología del Trabajo de la Universidad Complutense de Madrid y coautor, junto a Ricardo Blasco y Gerardo López Montalvo, del estudio
El discreto encanto de ser masculino. En este análisis, y desde un punto de vista psicológico, definen el machismo “como una mezcolanza de narcisismo, homofobia, autoritarismo, marcha, camaradería, ilusión de grandeza y complicaciones hormonales. Se trata, pues, de un meollo trastornado, anormal, muy distinto de la identidad masculina, saludable, normal”. Y aunque hay todavía quien se resiste a abandonar ese modelo trasnochado, ya nadie pone en duda que el macho, como esencia de la identidad masculina, ha agotado su espacio y su tiempo.
Quizá para contrarrestarlo, quizá como producto de marketing, aparecieron hace unos años los tan alabados, entonces, metrosexuales. Hombres a los que no les importaba mostrar su lado más femenino, hombres que se cuidaban, que prestaban atención a su aspecto, que consumían cremas hidratantes, que se fueron dejando caer por los salones de belleza, que exhibían músculo depilado. Hombres que gustaban a las mujeres y a los que no importaba que otros hombres los encontraran tremendamente seductores. Fueron los años del reinado de David Beckham, la estrella metrosexual por excelencia. Considerado un modelo impuesto por las grandes multinacionales de la cosmética, que vieron en los metros un mercado virgen que podía generar millones de euros, lo cierto es que Beckham y sus acólitos dieron una vuelta de tuerca a la masculinidad.
“Los metros no están necesariamente ligados a un cambio en las relaciones, aunque hay cosas en las que han dado un paso adelante. En su origen está el cambio estético, no ideológico. Con todo, cuando un hombre empieza a cuidarse a sí mismo, empieza a despertarse la necesidad de atender y escuchar el cuidado de los demás. Ese es un proceso importante. Es un proceso de descubrir el cuidado. Y ha sido contrario al de las mujeres. En ellas es ‘cuido a los demás y si me queda tiempo, a mí’.
En los hombres empieza desde el ombligo, de ellos hacia los demás y se extiende”, observa Erick Pescador Albiach. Ver a una estrella de fútbol colgándose a sus niños de la cadera, llevándolos al parque a jugar, acompañándolos al colegio y protegiéndolos como hasta hacía poco sólo a una madre se le hubiera ocurrido, no es una cuestión baladí. Esas demostraciones públicas de ternura, de afecto, eran impensables hace treinta años. Ellos cambiaron el pelo en pecho por la cera depilatoria, pero no es menos cierto que reivindicaron su papel como padres y como compañeros, compartiendo el tónico facial y la crema antiedad, pero también la ética del cuidado familiar.
Sin embargo, desde hace un tiempo los metros están en franca decadencia. Hasta Beckham se ha dejado barba y refleja una imagen más varonil en las campañas publicitarias que protagoniza. Los prototipos afeminados están siendo sustituidos por hombres maduros que transmiten fortaleza, decisión, elegancia. Un nuevo modelo vuelve a imponerse desde los anuncios televisivos. Algunos expertos afirman que las mujeres se han cansado de esa imagen metro tan femenina; otros, que la crisis ha hecho que volvamos nuestros ojos a prototipos enérgicos, alejados del titubeo.
Sea como fuere, los reyes de la belleza masculina son ahora Hugh Laurie, George Clooney, Javier Bardem, José Coronado, Xabi Alonso, Antonio Banderas, Cayetano Rivera, Carles Francino… Son los megasexuales: hombres que no han renunciado a cuidarse, aunque que no llevan esa tarea como bandera, y que se enraízan en la virilidad. Una virilidad controvertida, porque siglos de cultura patriarcal han convertido lo varonil en sinónimo de machismo, de ahí el recelo que provoca la hombría.
Quizás el nuevo modelo de hombre que reverbera en los anuncios ayude a sacar la masculinidad bien entendida de su ostracismo. “Lo masculino sigue siendo masculino. Se ha creado una extraña confusión en que todo lo masculino es igual a machismo. Lo viril sigue siendo viril y decir que lo viril es machista es una exageración. Por eso la mayoría de las cuestiones masculinas han pasado a la clandestinidad. Desde hace veinte años, los temas de varones se ven desde una perspectiva negativa. Ser varonil o hablar de la hombría es un insulto. Está prohibido hablar de hombría o virilidad, pero lo masculino no es un tema tabú, ni negativo, forma parte de la identidad de XY”, reivindica el doctor Prieto.
Los megasexuales son imagen, pero también concepto. Son hombres próximos a los afectos, contrarios a la violencia, solidarios, que han descubierto la palabra y la escucha, la entrega. Capaces de expresar sus emociones, de hablar del miedo y del dolor, de luchar por sus pasiones, de dar afecto y de recibirlo. “Sí hay nuevos hombres que se plantean una forma diferente de ser hombre. Hay que elegir el hombre, la persona que quieres ser. El hombre no nace, se hace. Y puedes llamarlo, etiquetarlo, como quieras. Lo cierto es que hay una necesidad de cambio y formas diferentes de plantearse la manera de ser hombre, la sexualidad, la vida. Naces hombre y puedes cuestionarte la forma en que deseas serlo, pero sí hay valores básicos; por ejemplo, plantearse la identidad masculina desde la no violencia.
Ese sí es un planteamiento innovador, sin necesidad de ocupar los espacios de dominación y violencia y que no sea esta la que te dé la identidad del poder”, destaca Erick Pescador. En su nuevo papel, el hombre no se siente menos hombre por expresar sus emociones. Aman desde ellas cultivando lo que muchos han denominado “amar en femenino”. Apuestan por la no violencia, por el respeto a la libertad individual, por la caballerosidad entendida como humanidad, como educación. En sus relaciones desean “introducir elementos que no han estado en el ámbito de lo masculino y mantener otros masculinos que son estupendos y maravillosos. Muchos hombres de repente se recuestionan sus vidas, sus relaciones, su sexualidad”, describe el sociólogo. Entre las sábanas, los megasexuales son generosos.
Despliegan un amplio abanico de juegos de seducción y erotismo destinados a dar y recibir placer, no sólo a obtenerlo. La sumisión femenina y el dominio masculino han pasado a la historia. Saben cómo mirar a una mujer, quieren establecer con ella una buena comunicación, desean que se sienta amada, satisfecha y respetada. Como compañeros de vida y de cama pueden ser una joya.
En casa, en las tareas del hogar, en el cuidado de los hijos, los megas echan horas y esfuerzo. Esta es la travesía más áspera, porque “el hombre debía tener la responsabilidad del patrimonio, que es diferente de la del matrimonio. Tenía asumida una iniciativa, una responsabilidad de siglos. Ahora está reajustando la concepción de cuál es su papel”, define el doctor Prieto. Los metrosexuales introdujeron una ética muy primaria del cuidado que los megas han empezado a desarrollar. “El 51% de los padres varones con niños de 5 a 10 años están altamente implicados en la crianza de sus hijos, aunque todavía sólo el 7% de ellos se implica igual o en mayor medida que las madres”, establece el estudio Infancia y futuro. Nuevas realidades, nuevos retos, de la Fundación Obra Social La Caixa. Según el mismo análisis, la proporción de padres que se acogieron a la baja por paternidad se ha cuadruplicado desde la puesta en marcha de la ley de Igualdad en el 2007: ha pasado del 15% al 58%. Los hombres del siglo XXI parecen haberse dado cuenta de que “la familia igualitaria contribuye más que la tradicional al bienestar de los niños españoles”, como concluye el informe.
En su tarea como cuidadores es donde parecen estar más perdidos, casi aturdidos, porque no acaban de encontrar el método. “Están descubriendo los aspectos positivos de la crianza y el cuidado, pero también aprendiendo que atender a los hijos es complejo, no es tan fácil”, sostiene Pescador Albiach. Muchas veces se produce el efecto péndulo, aunque tampoco las mujeres se libran de él, y “pasamos –como expone el sociólogo– del padre protector y dominante al padre que todo lo puede, que es amigo de sus hijos. El padre no puede ser nunca amigo, pueden ser más cercano, pero no amigo”. Porque siendo un colega más se acaba por no establecer los límites, que es uno de los grandes problemas de la educación en estos momentos, tal como alertan desde psicólogos a sociólogos o pedagogos. Según ellos, los límites hay que ponerlos, si no, convertimos a nuestros hijos en seres asociales, sin capacidad para la relación, la negociación o para resistir la frustración.
Sin embargo, toda cara tiene su cruz. Advierten los expertos que tras la imagen de los megasexuales pueden esconderse hombres machistas, pero políticamente correctos, alentados por el devastado paisaje económico que nos rodea. Son el movimiento retrosexual, que ya protagoniza páginas web y convoca hasta manifestaciones para reivindicar la vuelta al prototipo de machote. “Cuando se produce el cambio, la crisis del modelo, a los hombres les da mucho miedo, porque ya no sirve el modelo que hasta ahora les había proporcionado seguridad. Y es entonces cuando aparecen movimientos como la retrosexualidad o el neomachismo.
Son formas de resistirse a ese cambio que ya es una realidad y que supone que el modelo de ser hombre como siempre ya no funciona”, advierte Erick Pescador Albiach. Estas tendencias de rebeldía frente al cambio están habitadas sobre todo por enemigos de los metros, no buscan un espacio nuevo ni la revisión de los modelos relacionales. Y nacen del miedo, porque “cuando se cuestiona el modelo masculino se cuestiona el poder. El hecho de que se cuestione la masculinidad supone que se cuestione toda la estructura de relaciones de poder del sistema. Y los hombres tienen miedo de perder el poder. Todavía estamos por llegar al modelo equilibrado. Es un proceso costoso y lento”, concluye el sociólogo.
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