La Opinión de Málaga repasa la historia de una enfermedad que en el siglo XIX se llevó a más de 4.000 malagueños
Las imágenes de enfermos de cólera desnudos yaciendo en las calles de Haití han conmocionado al mundo. Las muertes que ha causado la epidemia superan con creces el millar y el número de afectados asciende día a día. La tragedia, a miles de kilómetros de Málaga, hace pensar en la distancia como el mejor remedio contra el vibrio cholerae. Sin embargo, la historia dice que esa distancia no es tan grande en el tiempo.
Los últimos casos detectados en la capital no van más allá del 15 de septiembre de 1979, cuando un informe del Sindicato de Sanidad de la Confederación Nacional del Trabajo contabilizaba 47 casos de personas ingresadas en el Hospital Civil de Málaga durante aquel verano. Saltaba la alarma, ya que ese brote superaba al último registrado en 1971. Días más tarde, las autoridades médicas de la ciudad hablaban de 11 casos de personas ingresadas por infecciones leves a pesar de la muerte de una mujer de 87 años. El Ministerio de Sanidad tuvo que dar la cara y fijaba, a 19 de septiembre de ese año, en 16 el número de afectados y admitía el casi medio centenar de ingresos en los últimos meses.
Antes de los 70, el salto hay que darlo hasta el siglo XIX. Tras la fiebre amarilla del primer tercio de siglo, aparece un primer brote de cólera que se prolonga entre 1833 y 1834. Su detección fue lenta, tardía, y David A. Delange calcula en la revista Isla de Arriarán no menos de 1.500 muertos adultos en una población de 59.300 habitantes.
Diez años después, el cólera pisaba de nuevo Málaga para dejar su huella más profunda. Fue entre 1854 y 1855 tras su rápida propagación por España desde el Puerto de Vigo. Según un extracto de la Revista Jábega en su edición 16ª, el 17 de agosto de 1854 se prohíbe la entrada al Puerto de Málaga a toda persona procedente de Cádiz y se nombra a 18 médicos para 9 centros asistenciales localizados en otras tantas parroquias de la ciudad. Los primeros casos se detectan en Cañete La Real con nueve muertos (tres adultos y cinco párvulos), Alameda (2) y Teba (1), pero la virulencia del cólera dejó su sello en Cuevas Bajas con 23 muertos en apenas 20 días.
En la capital, la revista sugiere cierta dejadez política y una enfermedad que fue incubándose hasta su eclosión en los meses de noviembre y diciembre. Milagrosamente, el brote finaliza sin víctimas mortales en la capital el 12 de diciembre, pero el balance es bien distinto en el resto de la provincia. Sobre todo a partir del 20 de noviembre, cuando la cota siempre supera la decena de defunciones. Esa media se disparó entre los días 23, 25 y 29, cuando se superan los 20 decesos por cólera al día. La revista, con datos de Avisador Malagueño, contabiliza 344 fallecimientos y 1.743 invadidos durante 28 días de epidemia.
La epidemia de 1855
La amenaza volvió el 15 de abril de 1855. Un día después se llegaron a denunciar más de 20 casos en una misma calle. El día 28 se contabilizaron 73 fallecimientos y un día después, 88. «Los dos últimos días del mes se cotejaron 213 víctimas de la epidemia», reproduce la revista Jábega. Según las referencias, cuatro meses después la capital se dividió en cuatro distritos «para auxiliar coléricos, socorrer enfermos y recoger cadáveres». El día 2, la Virgen de la Victoria salía en procesión de rogativa para que cesara el contagio. No faltó ni una sola autoridad. La epidemia no entendía de clases y en menos de un mes se registraron las muertes de la esposa del gobernador civil, Nicolás Facio; el arcipreste del Sagrario, Diego Arssu; el recaudador de Contribuciones, José Méndez de Sotomayor; los industriales Juan Muñoz y José Delgado; el párroco de Santiago, José Núñez Gallo; el teniente coronel José Hurtado de Mendoza; y el arcediano Manuel Jesús Carmona.
El cénit de la enfermedad se registraba ese agosto, tras el cual la bacteria retrocedió de forma significativa. El 13 de septiembre, tal y como se hizo al finalizar las epidemias anteriores, los malagueños cantaban en la catedral el Te Deum en señal de agradecimiento.
La revista malagueña destaca la dificultad de ofrecer una cifra exacta de víctimas mortales y enfermos, fundamentalmente por el gran número de enterramientos clandestinos en las iglesias y por la ausencia de denuncias en otros muchos casos. Aún así, una estadística manuscrita de la época y recogida por el prolífico Narciso Díaz de Escovar, estimaba los fallecidos en 2.453 personas.
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