Desde hace unos tres siglos, Málaga no ha dejado de suspirar por que el Guadalmedina se convierta en un paseo y gran avenida. Hay un edil al que le gusta tanto el Guadalmedina, que ha amenazado con denunciar a la ciudad si lo embovedamos, pero no parece que las alternativas sean demasiado numerosas.
Todas las ciudades costeras han tenido un problema
semejante, ramblas y torrenteras que estorbaban la coherencia urbana y fueron
eliminadas, algunas hace muchísimo tiempo, como las Ramblas de Barcelona.
Valencia resolvió el problema hace ya mucho, también Alicante y, sorpresa,
inclusive Almería lo ha resuelto recientemente. Solamente Málaga, la del peine
que no peina, la de la catedral a medio hacer, mantiene ese esperpento
dividiendo y ensuciando el urbanismo monumental.
El edil que amenazó seguramente no se da cuenta de
que la parte final del Guadalmedina no es río y ni siquiera Arroyo, es un
simple desagüe de la presa del Limosnero, un desagüe que se usa dos o tres
veces al año. De los cuarenta y cinco kilómetros de torrentera, son unos cuatro
kilómetros los que soñamos convertir en una hermosa avenida.
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