domingo, 31 de julio de 2011
La imposible Málaga ilustrada
Lo deseable sería poder contar una historia literaria de esta ciudad, pero la quimera es vana l La literatura constituye siempre una experiencia personal l Hay quien se empeña en hacer de Pérez Estrada y Altolaguirre las enésimas marcas de fábrica l La clave se encierra en el lector anónimo
ARTÍCULO DE “MÁLAGA HOY”
VOY por calle Granada y me encuentro con Samuel Beckett. Quiero decir, alguien exactamente igual a Samuel Beckett. De parecido asombroso. Clavado. El rostro arrugado y aguileño, las gafas de culo de vaso, la expresión dura aliviada por una estratégica cabellera, cierta complexión que revela un pasado atlético, un traje como otro cualquiera, un irlandés que prefiere sobrevivir en la Francia ocupada a languidecer en una Irlanda exenta. Me quedo anonadado, miro descaradamente. Por poco no me lanzo, tendría mil preguntas que formularle sobre Molloy, sobre Los días felices, sobre Esperando a Godot. Me contengo al fin, alto, Beckett murió en París en 1989. Recuerdo una experiencia similar, esta sí real, que me permitió compartir unos impagables momentos en el mismo escenario con el primer y mayor discípulo de Beckett, Fernando Arrabal, hace ya casi cinco años, mucho después de que sus visitas a la antigua Aula Picasso sirvieran de fuego fértil en una ciudad que despertaba de un letargo devorador. Arrabal me invitó a un pincho de tortilla y me habló de ajedrez e imaginación. Le hago caso e imagino: un encuentro entre Beckett y Arrabal en la Plaza Uncibay, como en París. Cerca, en el hotel La Barracuda de Torremolinos, se alojaba otrobeckettiano de pro, Thomas Bernhard, que podría unirse a la fiesta. Pero al fin me rindo a la evidencia: Beckett, Arrabal y Bernhard forman parte de mis obsesiones. Las obsesiones de Málaga son el alcalde de Alcaucín, la construcción de unas torres enormes, la justificación de unos presupuestos. No coincidimos. Por eso nos separamos, como amigos que no comparten motivos para la conversación.
Paso por la puerta del colegio Hermanos Maristas, justo a la hora de la salida de las clases. En cuestión de segundos me veo rodeado de una algarabía de ruidos, mochilas, carritos, zapatillas deportivas, flequillos. Desde el Jardín de los Monos hasta Lagunillas y calle Victoria el atasco es descomunal: los progenitores acaban de abandonar sus puestos de trabajo y ejercen el cargo correspondiente, van a recoger a sus hijos en coche. En esto, una chica, calculo que no estudia un curso superior a cuarto de ESO, lee a una compañera en voz alta pero con cierta confidencialidad amistosa, al oído, mira qué secreto, ciertos pasajes de un libro. Afino la mirada. Se trata de Ácido sulfúrico, de Amélie Nothomb. Una crítica descarnada al medio televisivo y sus efectos. Aquella lección compartida, no impuesta, quiero pensar que felizmente inducida por un profesor eficiente, este optimismo a veces me puede, perdurará, seguramente, en esas edades los impactos suelen dejar huellas singularmente profundas. Recuerdo mis lecturas en aquellas edades tempranas y admito que Nothomb constituye un buen camino para que alguna vez se cruce Samuel Beckett. De nuevo, la literatura es una experiencia íntima. Se consume y germina en perímetros sólo conocidos por quien se mete en las páginas de un libro. Se transmite como un secreto: al oído.
Málaga aspira a convertirse en una ciudad cultural. Se trata de una marca más que de una definición, como 2016, como Picasso, como Antonio Banderas. Y dentro de esta marca florece otra: la ciudad literaria (curioso, la semana pasada dediqué el Calle Larios a las tabernas). Las entidades públicas ponen a funcionar sus herramientas, sus institutos, sus centros culturales. Y sus respectivas etiquetas de fábrica: Manuel Altolaguirre, Rafael Pérez Estrada, María Zambrano, aunque sea muy difícil de leer bien merece su nombre puesto en una estación. Todo un aparato para conformar una determinada apariencia. Menudo caché que se adjudica Málaga con sus ínfulas literarias. Aunque el centro huela mal, los jardines acumulen cada día más suciedad y los proyectos decisivos se encuentren estancados por la ineficacia política. Eso sí, aquí la ciudadanía es muy culta, eh. El Ayuntamiento y la Diputación editan muchos libros para los contribuyentes. Lo malo es que luego enmohecen en sótanos. Altolaguirre se maneja en los bolsillos como calderilla, menudos somos. Lo peor de todo es el ridículo intento de instrumentalización de un placer ferozmente individualista como la lectura, que nunca se podrá regular ni normalizar.
Que le pregunten a la precoz acólita de Amélie Nothomb. La lectura no es una buena aliada cuando lo que se pretende es salir en la foto. La única tarea digna es facilitar la tarea a los usuarios. Pero la Biblioteca Provincial sigue en el exilio. Y querrán más votos.
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